Tres diplomas
Mariela Pérez Valenzuela (especial desde Venezuela)
CARACAS.- La Guaira es la capital del estado Vargas, en el centro norte del país, donde en 1999 miles de personas murieron a causa de un deslave de tierras e inundaciones que arrasaron con algunos pueblos del lugar.
Por allí transitamos después de dejar atrás la ciudad con sus amplias avenidas congestionadas de vehículos. La pertinaz llovizna había dado paso a un cielo despejado y a medida que se ascendía la empinada y estrecha carretera, los cerros se hacían cada vez más pequeños y los oídos se comprimían.
Poco más de una hora fue necesario para llegar justo a tiempo a La Parroquia (municipio) Carayaca, estado Vargas, donde 133 venezolanos de la misión Ribas recibirían su título de bachiller.
¿Hoy bachiller y ayer qué?
Cada uno de los graduados tendría una sensible historia de superación que contar. Pero la imagen de Victor José Tortoza, su esposa Mireya Josefina y la hija de ambos, Rosangela, modestamente sentados con sus diplomas apretados contra el pecho en medio de una tarde de festejos, me hizo preguntarles precisamente a ellos.
Víctor tenía 57 años cuando el presidente Hugo Chávez anunció la Misión Ribas para aquellas personas que no pudieron concluir el bachillerato. Solo había estudiado hasta el tercer grado y tres años atrás, con mucho esfuerzo, lograba completar el sexto: “¿Volver a las aulas a mi edad, pensar en ser bachiller? Solo en sueño, porque de que quise estudiar, siempre quise estudiar, pero cómo. Entonces, cuando Chávez habló, vi las puertas abiertas y como un loco me tire en busca de la luz”.
Mireya Josefina se incorporó a la Misión después de tres décadas sin estudiar.
¿Por solidaridad con el esposo?
“De ninguna manera —sonríe—, por solidaridad con la vida que no solo le mostraba la luz a él, sino a mi también, y a mi hija Rosangela, que tiene 19 años”.
Padre, madre e hija recorrían todos los días los tres kilómetros que separan su casa, en el asentamiento campesino Caoma, de la escuela Rafael Rangel, donde estudiaron durante los dos últimos años.
Esfuerzo y voluntad que hoy se les reconoce con ese diploma de bachiller que aprietan contra el pecho, quizá demasiado fuerte, como si quisieran evitar que un viento repentino se los arrancara.
Y ellos necesitan ese diploma, claro que lo necesitan, para la carrera universitaria que muy pronto se proponen emprender.
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