Venezuela hoy

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diciembre 15, 2010

Voluntad entre paisajes

Mariela Pérez Valenzuela, enviada especial

COJEDES, VENEZUELA.- Juan Camejo camina dos horas desde su rancho, en Las Tejitas, hasta el ambiente donde 28 estudiantes de ese caserío lo esperan todos los días para recibir las clases que le permitirán graduarse de bachiller.

La comunidad Las Tejitas prácticamente queda en los confines del estado Cojedes, ubicado en el centro-oeste de Venezuela, y limita al este con el estado Guárico, donde un día antes el impresionante río Orinoco y la humildad de los habitantes del pueblo pesquero Cabruta dejó gratos recuerdos.

Fue un viaje largo, desde Guárico hasta San Carlos, la capital de Cojedes, y de ahí hasta Las Tejitas, donde a las dos de la tarde, tras casi cuatro horas de recorrido por una carretera sin asfaltar, cuya incomodidad compensó la belleza del paisaje, muy similar al de Cuba, los alumnos esperaban a Camejo, el facilitador de la misión Ribas.

Graduado de bachiller, este joven de 32 años camina unos 10 kilómetros todos los días, pues aunque la distancia que hay desde su casa hasta el ambiente son 5 kilómetros, al concluir las clases realiza el mismo recorrido de regreso al hogar.

—¿No te agotan esas caminatas? —pregunto, y me responde que todo lo contrario, que cuando va en busca de su aula piensa en el privilegio que tiene de ayudar a la gente del caserío.

“Ya de regreso a casa, donde me esperan mis dos hijos y mi esposa, quien también es facilitadora, pero de la misión Robinson, voy con menos presión por el tiempo, y entonces disfruto el paisaje.

Las Tejitas es uno de los lugares intrincados de Venezuela donde aún la población carece de luz eléctrica, pero eso no es impedimento para que los alumnos reciban las clases con la misma calidad que el resto de los venezolanos incorporados a las misiones educativas.

Una planta eléctrica donada por el Gobierno permite tener en el aula un vhs y un televisor, imprescindibles para el desarrollo de las teleclases.

Camejo busca los videos en la parroquia El Baúl, municipio Girardot, que está en automóvil a cuatro horas de distancia de Las Tejitas, pero en otras ocasiones se lo hacen llegar.

Si no consigue un carro demora más tiempo, a veces hasta dos días, porque tiene que ir en bicicleta hasta la carretera nacional y de ahí esperar algún vehículo que vaya para El Baúl, pero sus alumnos no se impacientan porque saben que regresará “con material”.

Nuestro facilitador es muy querido aquí, dice Nelson Lamas, quien, tras 21 años alejado de la escuela, no desaprovechó esta oportunidad y aunque menos que “el profe”, camina casi dos kilómetros para llegar al aula.

Nelson sale antes del amanecer de su humilde casa, pues trabaja en una finca, bastante lejos y tiene tres hijos que mantener. Su situación, similar a la de otros residentes en Las Tejitas (que antes solo se dedicaban al trabajo en el campo y pasaban días fuera de casa en busca del sustento familiar), quizá pronto se resuelva.

Para ello el Comité Técnico en San Carlos trabaja en la creación allí de una cooperativa, según asegura Jonny Sánchez, coordinador municipal de la misión.

En Las Tejitas probamos por primera vez las cachapas, una comida típica venezolana hecha con maíz y queso, preparadas por las manos de estos hombres y mujeres campechanos, trabajadores, en extremo cordiales.
Una abuela que se encontraba en el ambiente, y nos pidió la dejáramos en su casa, resumió en 11 palabras el significado de lo que vimos: “Ahora es que se quiere de verdad que la gente aprenda”.

Ya de regreso, disfrutamos mentalmente todo lo que habíamos dejado atrás: a ambos lados de la carretera se alzaban las palmas, como las de Cuba, volaban las garzas y otras variedades de pájaros, y los monos se balanceaban por las ramas de los árboles, bajo un cielo de azul intenso que nos acompañó hasta la caída de la noche, cuando aun faltaba buen tramo por recorrer para llegar a San Carlos.