Venezuela hoy

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diciembre 14, 2010

La nieta y los sueños

Mariela Pérez Valenzuela, enviada especial

GUÁRICO, VENEZUELA.- Unas monumentales montañas que dan origen a parte del nombre de la capital del estado Guárico, San Juan de los Morros, embellecen el paisaje que lleva a la casa de León Vargas.
El caserío El Potrerito, donde vive junto a su esposa y nietos, se encuentra a casi media hora de distancia del centro de la ciudad.
Aunque resultó difícil encontrar su rancho debido a la soledad del lugar, al final de un largo camino de tierra “adornado” a ambos lados por una vegetación tupida, valió la pena llegar hasta allá para conocer a esta familia.
Un techo de zinc, unas paredes cementadas, unas sillas de hierro y unos tablones como mesa fueron suficientes para percatarse de la voluntad de estas personas.
 “Nosotros lo levantamos para dar las clases con la ayuda de unos compadres”, señala León, mientras orgulloso cuenta que es su nieta la “facilitadora” de la familia, (apoya con el método de teleclases el proceso de enseñanza).
No hace falta dormir en esta casa de campesinos para imaginar que los amaneceres deben ser aquí muy bellos, lejos del bullicio de la ciudad: las matas de naranja, limón, mandarina y manzana que rodean su rancho, los imponentes Morros como reafirmación de que estás en San Juan y el río Castrero, a solo unos pasos, revelan que es un sitio hermoso.
Cuenta Sandra González, la facilitadora, que aunque su abuelo y hermanos siempre quisieron estudiar, “lo aplazaban porque al vivir en un lugar intrincado, para llegar a uno de los ambientes (espacio donde reciben las clases) en la ciudad, por más que se lo propusieran, el trabajo se iba a resentir”.
—¿Qué hicieron entonces? —pregunto. Y Sandra explica que ella aún era estudiante de la Misión Ribas (matricula a cientos de miles de personas que desean concluir el bachillerato) cuando pidieron abrir el ambiente en septiembre del año pasado.
—Realmente las condiciones no estaban creadas. Por la lejanía era muy difícil que un facilitador pudiera llegar hasta acá, y a su vez, que mis hermanos y mi abuelo pudieran ir todos los días a la ciudad, de ahí que aceptaran nuestra propuesta.
La “nieta” estudiaba los fines de semana en una escuela llamada Federación Venezolana de Maestros y luego le daba clases a la familia entre semana, después de recibir un curso de preparación para facilitadores.
Primero, precisa esta joven de 23 años, dábamos las clases fuera de la casa, hasta que poco a poco levantamos el aula.
Cuenta León, quien regresó a la escuela tras 28 años de ausencia “por la situación económica”, que la propia familia se puso de acuerdo y reorganizó el trabajo: “hasta la una estamos en el campo, y luego a las tres, mis cuatro nietos y yo, además de otro jovencito, Wiliam Álvarez, quien todos los días camina media hora hasta llegar al ambiente, nos reunimos en el aula”.
Algo tan claro como una revelación tiene este sembrador de maíz y frijoles:“Yo nunca pensé en volver a la escuela, pero a mis hijos y nietos siempre les inculqué que se fueran preparando, que leyeran, porque uno no sabe si en el futuro algo bueno le puede suceder”.