Venezuela hoy

Aquí encontrará información y reportajes sobre los programas sociales que en materia de educación, salud y en otros sectores desarrolla la Revolución Bolivariana desde la mirada de una periodista cubana.

diciembre 17, 2010

Katy la negra

Mariela Pérez Valenzuela, enviada especial

CARACAS.-“Yo no quiero nada con cubanos”, dijo Katy la negra cuando fueron a consultarle si estaba dispuesta a prestar su humilde vivienda para instalar allí un consultorio.

De eso hace tres años y Zenaida Hernández (Katy) tenía la cabeza llena de “cosas extrañas”: “Imagínense, si los periódicos y la televisión decían que los cubanos venían a matar”, confiesa ahora con la risa contagiosa, que muchos conocen en el alto cerro Las Mayas.

—¿La Negra? —había repetido un rato antes un niño para contestar a nuestra pregunta acerca de dónde podíamos hallarla—. Seguro que la van a encontrar en el ambulatorio (consultorio), con los médicos cubanos.

No se equivocaba el muchacho. Allí, junto a la doctora cubana Carmen María Rondón, estaba “la Negra”, como le dicen en el empinado cerro de improvisadas viviendas, en el municipio Libertador.

Hace casi tres años, cuando en abril del 2003 nació en Venezuela la misión Barrio Adentro, y luego de sacudirse de su cabeza los fantasmas de una biliosa propaganda, Katy brindó su casa para recibir a dos médicos cubanos, los primeros en llegar a este olvidado lugar, donde nunca antes había subido un galeno.

Katy recuerda que aquella nueva puerta de entrada a su vida no fue tan fácil como pareciera: “Un día yo iba bajando el cerro y veo aparecer dos rostros que nunca antes había visto. ¿Y esos que vienen por ahí quienes son?, me pregunté, porque aquí una siempre está atenta de quien entra y quien sale”.

Después de averiguar, sabría que se trataba de los doctores Víctor y Randy. Ya en esos días, Katy la Negra estaba convencida de que los cubanos no iban a “matar a nadie”, muy bien, iban a curar, pero de ahí a verlos aparecer en lo alto de los cerros, no señor. Y así mismo se lo dijo a los compañeros del comité de salud cuando le volvieron a preguntar su disposición a cooperar. “A mi sí me gustaría, claro que me gustaría, les dije, pero eso es una gran mentira”.

Poco después la llamaron para preguntarle que si tenía las condiciones creadas porque “el momento” había llegado. Ella mintió —lo confiesa ahora— y se puso a arreglar todo lo que pudo su humilde rancho. “Yo iba a traer un médico y regresé con dos, y peor, ninguno era mujer: Eran los doctores Enrique y Héctor. ¡Que maravilla!, es lo mejor que me ha pasado en la vida”, dice sentada en su casa, en una pequeña habitación que sirvió de consulta, antes de que se construyera el consultorio.

Katy conserva muchas anécdotas de aquellos primeros días, como cuando de “un basurero recogimos unas tablas porque no había materiales suficientes y con unos ahorritos compramos unas planchas de zinc, cemento y pintura, para levantar la consulta”.

“Donde estamos sentados —se pone en pie y señala con el dedo—, esto era un terrenito, pero sin paredes, nosotros mismos lo levantamos y aquí los médicos atendían a los pacientes, les pusimos un banquito afuera a los enfermos… ah, los primeros tiempos, cómo olvidarlos”, dice y se que su mente viaja.

Pronto, los habitantes del lugar se dieron cuenta que “los médicos cubanos estaban aquí para ayudarnos” y comenzaron a colaborar, hicimos otra habitación, buscamos un tablón y lo convertimos en camilla, muchas anécdotas pudiera contarle, porque esta se convirtió en la casa de todos a cualquier hora”.

Se levanta, desaparece un instante y regresa trayendo aquella rústica camilla. “Para mi esto es como un trofeo”, dice y la abraza.

Hoy día, Katy labora en horarios interminables como auxiliar de enfermera: “Estos cubanos, ligados con los de aquí, no se cansan de preparar cursos y más cursos —dice jovial mientras extiende una tasa de café— y yo lo aprovecho todo, y pago con gratitud —se empina su último buchito— ¿y sabe por qué?, pues porque todos los días no llega un mago a tocarte a la puerta y a decirte: arriba, Katy la Negra, espabílate, que vine a cambiarte la vida”.